Caramulo: pasión por el arte y por la ‘rampa’
La localidad portuguesa alberga el festival de clásicos más ‘cool’ de la Península Ibérica: cada año los deportivos más rabiosos se miden en su subida a la montaña.
Cuando se habla de festivales de clásicos, a todos nos viene a la cabeza el Goodwood Festival of Speed. Este evento organizado por un noble inglés es el no va más en esta cuestión, pero muy cerca, en la Península Ibérica, tenemos un ejemplo de categoría. Se trata del Caramulo Motorfestival, en Portugal, que aúna pasión por los clásicos y la competición y un toque ‘cool’ muy propio de Portugal.
Para entender el festival hay que conocer a la familia impulsora. En los años ’50 del pasado siglo, los hermanos Abel y João de Lacerda construyeron en esta antigua localidad termal un museo de arte para albergar una colección de arte desde la era romana hasta la época contemporánea, formada por 500 piezas. Pero además del arte, esta familia de filántropos tenía otra pasión: los coches.
Cien vehículos históricos y deportivos, germen de Caramulo
João de Lacerda utilizó un segundo edificio anexo para alojar una increíble colección de cien vehículos históricos y deportivos, entre coches y motos, en la que reposan coches oficiales de antiguos mandatarios portugueses.
La colección fue el germen del festival y ahí entró en juego la tercera generación de la familia, que se ocupa ahora de la gestión de la colección. Empezó a celebrarse en el año 2006 bajo un formato que, en lo básico, se mantiene. Aprovechando la cercana subida de montaña, se celebra una competición en rampa puntuable para diversos campeonatos y abierta a vehículos clásicos. Además, se celebra una feria de automobilia, concentraciones, una exposición temática anual y llegan excursiones de clubes de clásicos, también procedentes de España.
Con el tiempo se han sumado incluso exhibiciones aéreas, pero la clave es que se ha convertido en una reunión imprescindible para coleccionistas, pilotos y aficionados a los grandes coches deportivos de todos los tiempos. Además, suele ser la ocasión que la tercera generación de la familia aprovecha para sacar las joyas de su museo, entre las que brilla con luz propia uno de los Bugatti T35 más originales del mundo, propiedad siempre de la familia.
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